Ubicado en Bali, Indonesia, el pueblo de Bengkala tiene un alto número de personas sordas.

Cuando se habla de pueblos solidarios con sus habitantes, hay uno en Indonesia que podría ubicarse en los primeros lugares del mundo: Bengkala, una comunidad en la isla de Bali de apenas 3 mil habitantes, donde la mayoría aprendió voluntariamente el lenguaje de señas para que sus vecinos con sordera no se sintieran excluidos.

En Indonesia, la tasa de personas con alguna discapacidad auditiva arroja que hay una persona con sordera por cada mil habitantes. Pero en Bengkala, esa cifra se dispara mil 556 por ciento. Es decir, en esa pequeña comunidad hay unos 50 residentes sordos, según el último censo.

La alta cifra se debe a un gen recesivo que se ha transmitido durante las últimas siete generaciones. La revista Nature, especializada en artículos científicos, estableció que se trata una mutación genética conocida como DFNB3 y que, en los hechos, causa una sordera profunda.

Al ser una comunidad tan pequeña, donde la mayoría comparte apellidos y algún lazo sanguíneo, la sordera se ha vuelto una condición hereditaria bastante común. Si no eres sordo, conoces a alguien en tu familia con esa condición.

Por ello, la comunidad eligió incluir, en lugar de excluir, a sus vecinos. Y lo hizo de un modo inusual: adaptó el lenguaje universal de señal a los códigos propios de Bengkala y de ahí nació un lenguaje propio para sordos, el Kata Kolok, inspirado en el Dios de la Sordera, Desa Kolok.

Según el Instituto para la Psicolingüística Max Planck, en la Universidad de Radboud, Alemania, cerca del 60 por ciento de la población domina con fluidez el lenguaje Kata Kolok y el resto lo domina en algún grado de intermedio a básico.

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