(CNN) —Servando Gómez Martí­nez la Tuta, el capo más buscado de México hasta el viernes pasado, pasó de regalar billetes en plazas públicas a vivir huyendo y escondido en espacios sucios como una claustrofóbica cueva donde solí­a encerrar a sus peores enemigos.

Este narcotraficante mediático, lí­der del cártel Los Caballeros Templarios, debió cambiar los reflectores por una vida de bajo perfil como fugitivo en la sierra de Michoacán, al occidente de México.

Dueño y señor de esas montañas, la Tuta podí­a esconderse “en cualquier lugar”, desde una casa privada en la que irrumpí­a a la fuerza hasta en una choza anexa a un rancho de animales, explicó este lunes el jefe de la Policí­a Federal, Enrique Galindo, durante un recorrido con medios internacionales por algunos de los escondites del temido traficante.

El exmaestro de primaria, de 49 años, se moví­a como pez en el agua por las montañas de Tierra Caliente que conocí­a como la palma de su mano gracias a los negocios con la marihuana y los laboratorios clandestinos de crystal que ahí­ tení­an los Templarios.

El terror que infundió el cártel en la región provocó el alzamiento a inicios de 2013 de los llamados grupos de autodefensas, que se jactaron de haber participado en la búsqueda de Gómez “hasta debajo de las piedras”.

Pero protegido por pobladores que le pagaban con lealtad las dádivas que les daba, la Tuta apenas estaba unos dí­as o a veces unas horas en un lugar y, a lomo de burro, caballo o en pequeños todoterrenos se moví­a rápidamente a otro sitio.

El capo logró esquivar dos operativos en los que estuvo a punto de caer. Durante uno de ellos, los policí­as llegaron a apreciar los platos de marisco a medio comer que dejaron el narco y los entre cinco y ocho hombres que solí­an acompañarle en su vida “a salto de mata”, narró Galindo.

Escondites humildes con pequeños lujos

A pesar de que sus escondites eran sencillos y muchas veces improvisados, no le faltaban algunos pequeños lujos: botellas de buen vino, whisky de 18 años o hasta una antena para ver televisión por cable en una sencilla choza de su centro de operaciones en la sierra de Aguililla.

Comunicados mayoritariamente por sinuosos caminos de tierra y muchas veces camuflados entre la frondosa vegetación, los inaccesibles escondites de la Tuta y sus armas capaces de derribar helicópteros dificultaron los operativos de las fuerzas federales, que intensificaron la búsqueda del traficante a inicios de 2014 llegando a tener hasta 1,000 hombres acechándole.

Antes de eso la Tuta viví­a con su familia en Tumbiscatí­o, donde inició su actividad delictiva como jefe de plaza hasta acabar dirigiendo el cártel pseudorreligioso que aterrorizó a Michoacán con sus secuestros, extorsiones, violaciones a mujeres y asesinatos.

El paulatino cerco de las autoridades, gracias muchas veces a informaciones de las denominadas autodefensas, hizo que Gómez llegara a quedarse “sin agua y sin alimentos”, obligándole a huir a otro escondite, según Galindo.

Quizás la más llamativa de sus guaridas es la recóndita cueva ubicada en los lí­mites de Arteaga y Tumbiscatí­o que la Tuta solí­a utilizar para encerrar y castigar a sus más acérrimos enemigos y que acabó convertida en su refugio unos 15 dí­as.

La cueva, que el capo selló con una puerta metálica, es un claustrofóbico pasillo húmedo de estalactitas que, en algunos tramos, tiene una altura menor a 50 centí­metros y suelo barroso.

En los laterales hay todaví­a restos de vasos de plástico y botellas de alcohol.

El pastel que lo delató

Perseguido, Gómez se mudó a la capital de Michoacán, Morelia, donde las autoridades lograron localizarlo hace unos cuatro meses, indicó Galindo.

La Tuta viví­a sus últimos dí­as en libertad en una casa al sur de Morelia con su actual esposa, Lulú, de poco más de 20 años, y tres hijos.

Fue justamente el pastel que Lulú le llevó el dí­a de su cumpleaños lo que llamó la atención de los servicios de inteligencia y confirmó las sospechas de que ahí­ se escondí­a.

Gómez planeaba cambiar de escondite con sus hombres la madrugada del viernes pasdo y fue detenido sin violencia cuando buscaba ocultarse usando una gorra y una bufanda.

El capo que dijo que “antes que dejarse atrapar, preferí­a morir”, vive ahora en la cárcel de alta seguridad de El Altiplano, donde están recluidos otros traficantes notorios como Joaquí­n el Chapo Guzmán.

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