EDITORIAL
En tiempos donde la política suele alejarse de la gente, es poco común encontrar figuras que aún entienden el verdadero significado del servicio público. En Progreso, Coahuila, ese valor ha tomado forma en la figura de Liquín Quintanilla, un alcalde que ha hecho de la cercanía con su gente el eje central de su gobierno.
Dice el refranero popular que “hijo de tigre pintito…” es decir, que los hijos suelen heredar o imitar los rasgos, características, comportamientos o talentos de sus padres… y en el caso de los Quintanilla, esto es una bendición para su pueblo.

Durante su primer año de gestión, Liquín ha demostrado que la grandeza de un municipio no se mide por su tamaño geográfico ni por su presupuesto, sino por la voluntad de trabajar todos los días para mejorar la vida de sus habitantes. En un contexto nacional donde muchos municipios enfrentan rezagos, Progreso ha sabido destacar gracias a un modelo de administración eficiente, humano y visionario.
Bajo su liderazgo, Progreso ha experimentado un desarrollo visible en todos los frentes: infraestructura moderna, servicios públicos eficientes, programas sociales eficientes y una sólida red de apoyo para los adultos mayores, niños y personas en situación vulnerable. Más que números, estos logros se reflejan en historias cotidianas —en la madre que ahora tiene un techo digno, en el adulto mayor que recibe atención médica oportuna, o en los jóvenes que estudian con becas en la universidad y con atención psicológica gratuita.

Pero quizá el mayor mérito de Liquín Quintanilla ha sido el equilibrio entre lo social y lo productivo. Mientras impulsa programas de apoyo alimentario y de salud, también fomenta la creación de empleo local, genera acuerdos con empresas regionales y mejora las condiciones para la inversión. Así, Progreso no solo asiste a su gente: la impulsa.
En Progreso, el alcalde toca puertas, conoce nombres, escucha problemas y responde con soluciones.
La colaboración con el Gobernador Manolo Jiménez Salinas está siendo clave en su estrategia. Manteniendo la seguridad y atrayendo todo tipo de programas en beneficio de su gente.
Además, Liquín Quintanilla ha sabido gestionar con inteligencia y respeto los asuntos locales, sin confrontaciones innecesarias, enfocándose en resultados. Esa madurez política, poco frecuente en tiempos de polarización, es una de sus mayores fortalezas.
Sin embargo, lo que distingue su administración no es solo la obra pública o el apoyo social. Es la forma en que su equipo, acompañado por su mamá Lupita Arana desde el DIF Municipal, ha hecho del servicio una vocación real. En Progreso, el alcalde toca puertas, conoce nombres, escucha problemas y responde con soluciones.
Liquín Quintanilla representa una generación de alcaldes que no buscan reflectores, sino resultados; que no gobiernan desde la oficina, sino desde la calle. Que a pesar de su juventud está construyendo su legado con hechos y no con discursos.

Y hoy, cuando se mira hacia atrás, Progreso puede decir con orgullo que no solo su papá Federico Quintanilla Riojas lo hizo en grande.
Porque al final, el progreso se mide en pavimento y en metros de tubería, se mide en las obras de impulso a las comunidades que ha realizado en apenas un año (Plaza de Ejido Las Iglesias, Ejido Mexiquito, Ejido Mota de Corona, Inicio de la Línea Verde en Ejido Aura, Mirador y cancha de Minas la Luz…) pero también se mide en la confianza entre la gente y sus autoridades.
Y esa, sin duda, es la mayor obra de Liquín Quintanilla.












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