En la capital de Tailandia hay un restaurante donde mujeres norcoreanas le quitan a los comensales la libertad de tomar fotografí­as. Las mismas mujeres cortan fideos sobre tu mesa, pero parecen tener temperamentos cambiantes.

En tanto, tropas armadas y alegres cantantes realizan una presentación, navegando sobre la fina línea entre el entretenimiento y el lavado de cerebro.

Este es el restaurante Pyongyang Okryu, parte de una cadena de restaurantes operados en todo el mundo por el régimen de Corea del Norte, mismo que ofrece un raro vistazo a la vida dentro del estalinista y hermético Estado.

La cadena fue puesta bajo los reflectores recientemente cuando un grupo de sus trabajadores desertó a Corea del Sur.

Al entrar al restaurante, las meseras dan la bienvenida a los comensales con sonrisas discretas y tiernos saludos.

En embargo, tal como se pudo ver durante una reciente visita, ellas pueden parecer de pronto llenas de pánico, exprimidas de emociones y muy descontentas cuando los clientes se alejan del menú.

¿Y la comida? Los comensales pueden disfrutar de deliciosos, pero algo aceitosos y salados platillos en una mesa cubierta de plástico en medio de la decoración con motivos navideños permanente.

“¡NO FOTOS!”

Los que conocen cómo es la vida en Corea del Norte pueden sentir que han pasado a través de una membrana invisible al paí­s en cuanto entran a este restaurante, localizado en una de las mejores zonas de Bangkok.

Eso es debido a que este lugar para comer moderno y limpio ofrece una ventana tensa y rara a la vida de los que están cerca de lo más alto de la brutal jerarquí­a de Corea del Norte.
Por ejemplo, aunque la mayorí­a de los ciudadanos de la nación asiática sufren de una distopí­a orweliana, aqui adentro del restaurante Pyongyang Okryu los trabajadores no sufren de pobreza.

En cambio, sus problemas parecen ser cómo no morir de aburrimiento mientras una gran pantalla digital muestra videos de norcoreanos cantando patrióticamente en medio de tropas marchando, armas desfilando y funcionarios del régimen aplaudiendo.

Durante nuestra visita, tres sirvientes cerca de la puerta principal vieron los videos, balancéandose lentamente y cantando suavemente las letras.

El restaurante estaba vací­o durante nuestra visita a media semana. Quien escribe, posando como turista, era el único cliente en el restaurante de 100 sillas.

El personal habla inglés de forma modesta, pero las preguntas sobre el restaurante y Corea del Norte fueron contestadas con un coro de “No lo sé”.

Fotografiar la comida estuvo bien por un momento, pero esa libertad fue abruptamente retirada con una orden estridente: ‘¡No fotos!’.

 

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