1386273678_840128_1386274812_noticia_normalELPAIS.- Hay una mujer que se ha quedado varada en Berlí­n. No quiere volver a su paí­s de origen, Reino Unido, porque sus abogados le han dicho que corre el peligro de ser detenida. Se llama Sarah Harrison. Tiene 31 años. La mano derecha de Julian Assange en la plataforma de filtraciones WikiLeaks se convirtió el verano pasado en una tabla de salvación para Edward Snowden, el exanalista de la NSA que ha destapado el espionaje masivo que la agencia de inteligencia estadounidense ejerce a lo largo y ancho del planeta. Le solucionó la vida. O se la salvó.

Auxiliar al hombre más buscado por los servicios secretos de las superpotencias tiene un precio: no poder volver tranquilamente a casa.

La cita es en Berlí­n. Y nace envuelta en el misterio, como suele ser marca de la casa en la organización que comanda el editor australiano Julian Assange: cuestiones de seguridad. Hasta el último momento no se sabe dónde se realizará la entrevista. Pocos minutos antes de celebrarse, un mensaje da una indicación. Una esquina, un callejón, un viejo ascensor de mercancí­as y, por fin, un espacio diáfano del que no se pueden dar detalles. Sarah Harrison espera, risueña, con su chaqueta de cuero negra.

El currí­culum de esta británica no es poca cosa. En los últimos cuatro años ha estado en primera lí­nea en dos de las filtraciones más importantes de la historia: los conocidos Papeles de Departamento de Estado, que exponí­an los tejemanejes de la polí­tica exterior estadounidense; y los Papeles de Snowden, que destapan el uso indiscriminado de programas como PRISMA para espiar las comunicaciones de toda persona fuera de territorio estadounidense, incluidos los teléfonos móviles de 35 lí­deres mundiales.

Su trabajo en pro de la transparencia le ha conducido a una curiosa especialización: la asistencia a personas en poder de papeles comprometedores. Primero ayudó a Julian Assange en aquellos dí­as de noviembre de 2010 en que andaba huido mientras la policí­a le buscaba en territorio británico. El pasado mes de junio, con la experiencia adquirida en estas cuestiones, auxilió a Snowden. Vocación de ángel de la guarda.

“Para mí­ resulta fundamental asistir a los informantes”, dice con las piernas recostadas sobre un sofá de cuero negro raí­do: “Los necesitamos: la guerra contra ellos es injusta y carece de ética”. Esta es la primera entrevista que concede a un medio de comunicación en español tras su periplo junto al exanalista de la NSA.

Harrison cuenta que fue Snowden el que pidió ayuda a WikiLeaks. Viajaba por el mundo con cuatro portátiles repletos de información y tení­a a las agencias de inteligencia pisándole los talones. “Y nosotros tenemos experiencia en cuestiones de seguridad, legales y de extradición”, explica. Jérémie Zimmermann, francés amigo de Julian Assange y cofundador de la organización ciudadana La Quadrature du Net [La Cuadratura de la Red], dice en conversación telefónica desde Parí­s que ella ofrece el perfil perfecto para este tipo de misiones. “Es tan enérgica como inteligente. Es muy completa y se ha vuelto indispensable en WikiLeaks”, dice Zimmermann. En la plataforma de Assange ha hecho labores de comunicación, investigación y organización. Todoterreno.

La experiencia adquirida junto a Assange en cuestiones de extradición fue clave para prestar ayuda en los dí­as en que Snowden no sabí­a dónde ponerse a salvo. Harrison decidió acompañar al norteamericano de Hong Kong a Moscú, en un momento en que Estados Unidos le estaba siguiendo los pasos. Una vez aterrizados en el aeropuerto de Sheremiétevo, empezaba un largo capí­tulo de peticiones de asilo, denegadas una tras otra. Fueron 39 largos dí­as. “En las zonas de tránsito de los aeropuertos no pasa gran cosa”, dice entre risas. “Seguir los acontecimientos desde ese lugar artificial y desconectado resultaba extraño”. Harrison se muerde la lengua. Aduce cuestiones de seguridad para no revelar detalles de sus dí­as junto al exanalista de la NSA: “Es un auténtico patriota americano”, dice de él, “que vio cómo estaba operando la NSA, fuera de los lí­mites en los que la Constitución americana está asentada y que, valientemente, se sintió lo suficientemente fuerte como para hacer algo”.

Tras pasar cuatro meses con Snowden Sarah Harrison aterrizaba el pasado 2 de noviembre en Berlí­n. Misión cumplida: “El propósito era asegurarse de que estaba instalado y a salvo”. Renunciaba a regresar a casa. El episodio de la detención este verano durante nueve horas en el aeropuerto londinense de Heathrow, en aplicación de leyes antiterroristas, de David Miranda, compañero del periodista británico Glenn Greenwald, el hombre que tiene en su poder los papeles de Snowden, fue un elemento a tener en cuenta. “No valí­a la pena arriesgarse”. El director de The Guardian, uno de los medios que ha publicado los papeles del exanalista, fue forzado en julio a destruir los discos duros que almacenaban información proveí­da por Snowden ante las amenazas de acciones legales del Gobierno británico. “El Reino Unido deberí­a dejar de atacar a los periodistas”, declara Harrison.

La polivalente asistente de Julian Assange cuenta que Alemania fue el sitio elegido por el apoyo popular a la causa de Snowden. “WikiLeaks tiene aquí­ una buena red de gente, aparte de los otros exiliados que hay en estos momentos”, declara. Se refiere a otras dos personas que han estado en contacto con Edward Snowden: la documentalista norteamericana Laura Poitras, receptora de la información junto al periodista Glenn Greenwald; y al experto en seguridad informática y exprofesor de la Universidad de Washington Jacob Appelbaum, unhacker estadounidense que ayudó a que las comunicaciones de Poitras con una misteriosa fuente de la NSA (en ese momento aún no se sabí­a que era Snowden) fueran seguras. “Sí­, me siento libre en Berlí­n”, explica Poitras, ví­a correo electrónico. “Es una ciudad ideal para un documentalista que informa sobre cuestiones de vigilancia masiva. La experiencia del paí­s con la Stasi hace a sus ciudadanos muy conscientes de los peligros de la vigilancia estatal”. Appelbaum, que conoció a Harrison en suelo británico, resume así­, ví­a correo electrónico, el papel desempeñado por la periodista: “Creo que ayudó a salvar la vida de Snowden”.

La joven británica se crió en una familia de clase media británica que le enseñó que lo importante en la vida es marcarse un objetivo y no cejar hasta conseguirlo. Sus padres viven en el sureste de Inglaterra. Es la mayor de tres hermanas. Las dos pequeñas viven en Hong Kong.

Estudió Literatura Inglesa en la Queen Mary University of London y vivió un año en Australia. Pero donde se formó como periodista de investigación fue en el prestigioso Centre for Investigative Journalism, el lugar donde la captó Julian Assange en 2010. “Su trabajo era inmaculado”, declara en conversación telefónica desde Londres Gavin MacFadyen, director del Centro, el hombre que la recomendó a Assange.

Lo que empezó como un trabajo de dos semanas para organizar las entrevistas que concedí­a el editor australiano se ha convertido en el trabajo de su vida. MacFadyen tiene claro el valor de su exalumna: “Fue muy valiente a la hora de irse a Moscú. La mayorí­a de la gente no lo hubiera hecho. Será complicado volver a casa”.

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