Dos fulgurantes apariciones en Desperado y From Dusk Till Down, repletas de sensualidad y erotismo, sirvieron a Salma Hayek para cautivar a Hollywood, una industria que desde entonces se ha rendido a su talento y carisma, intactos a sus 50 años, ya convertida en todo un icono latino.

Aquella Carolina que retozaba alegre en la cama con Antonio Banderas, al igual que Satánico Pandemonium, la vampira disfrazada de exuberante bailarina que hipnotizaba y hacía beber de sus pies a Quentin Tarantino, son las creaciones de alto voltaje con las que la mexicana irrumpió en el cine por la puerta grande, ambas con la firma de Robert Rodríguez.

“No soy una exhibicionista”, dijo la actriz, que hoy cumple 50 años, en una entrevista con la revista Allure.

“Fue la primera vez que me desnudaba en el cine, así que fue muy difícil”, indicó Hayek, que reconoció que aquella escena se rodó en ocho horas, cuando el equipo de producción había planificado que en una hora habría concluido.

“Era mi primera oportunidad en una película de Hollywood y sabía que tenía que hacerla. Fue muy complicado para mí. De hecho, lloré. No quería estar desnuda frente a la cámara. No dejaba de pensar: ¿qué dirán mis padres?”, comentaba en 2012 al tabloide británico The Sun.

No menos exigente resultó la escena de su inolvidable baile en bikini con una enorme serpiente pitón sobre la tarima del Titty Twister, el infame bar de carretera al que llegaban George Clooney, Tarantino, Harvey Keitel y Juliette Lewis sin imaginar el festín de sangre y vísceras que les aguardaba.

Hayek sentía absoluto pavor por las serpientes, pero Rodríguez, muy pícaro él, le dijo que Madonna iba a aceptar el papel si ella lo rechazaba, así que la intérprete pasó dos meses haciendo terapia para sobreponerse a sus miedos y así poder rodar la escena, ahora convertida en todo un clásico.

“Es probablemente el mayor reto al que me he enfrentado”, aseguraba Hayek en 2002 al portal IGN.

Y, sin duda, dio sus frutos. Esos trabajos le abrieron la puerta de Hollywood de par en par, hasta el punto de que en 1997 ya situaba su nombre al mismo nivel que el de la estrella masculina de turno en cintas como Fools Rush In, con Matthew Perry, y Breaking Up, con Russell Crowe.

Después siguieron papeles de reparto (54, The Faculty, Dogma) intercalados con apariciones en superproducciones de postín (Wild Wild West) e incursiones en el cine iberoamericano (El Coronel no Tiene Quien le Escriba, La Gran Vida), hasta que decidió tomar cartas en el asunto, harta de esperar mejores oportunidades, y se lanzó a crearlas ella misma.

Así llegó Frida, el proyecto que coprodujo y que la consagró definitivamente en Hollywood gracias a sus nominaciones al Óscar y a al Globo de Oro como mejor actriz.

Desde entonces, ha vuelto a ejercer como productora en la película para televisión The Maldonado Miracle -su debut como directora-, la serie Ugly Betty, la cinta de animación The Prophet y el thriller Septembers of Shiraz.

Su carrera cinematográfica, tras títulos como Erase una Vez en México, After the Sunset, Bandidas -junto a su íntima amiga Penélope Cruz-, o Ask the Dust pasó a un segundo plano tras el nacimiento de su hija, Valentina, en septiembre de 2007, fruto de su relación con el francés François-Henri Pinault.

“Lo primero es la familia, el cine es un segundo plato”, dijo Hayek a Efe en 2009, año en que la actriz se casó con Pinault.

Desde entonces sus apariciones más comerciales han llegado de la mano de comedias bienintencionadas con Adam Sandler y Kevin James (Grown Ups, Grown Ups 2, Here Comes the Boom), y el taquillazo de El Gato con Botas (2011), su reencuentro “animado” con Antonio Banderas, que ingresó más de 550 millones de dólares en taquilla y que aún espera el lanzamiento de una secuela.

Mientras llega esa historia soñada que la haga estrenarse como directora de un largometraje, Hayek se vuelca en su Fundación, cuyo objetivo es acabar con la violencia hacia las mujeres y llevar la atención global a las crisis humanitarias.

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