pe_carballo2México, (Notimex).- Emmanuel Carballo fue siempre un crí­tico incómodo, que decí­a lo que pensaba sin importar si causaba molestia o no; con su trabajo impulsó a toda una generación de escritores, como Carlos Fuentes, Sergio Pitol, Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco y Elena Poniatowska; y sus amigos lo recuerdan como alguien valiente, que siempre dijo lo que tení­a que decir.

“Soy una figura molesta pero necesaria. Mi papel se presta más a la censura que al elogio. Y es natural, el crí­tico es el aguafiestas, el villano de pelí­cula del Oeste, el resentido, el amargado, el ogro y la bruja de los cuentos de niños, el viejo sucio que viola a la chica indefensa, el maniático, el doctor Jekyll y mister Hyde: en pocas palabras, el que exige a los demás que se arriesguen mientras él mira los toros desde la barrera”, consideraba Carballo de sí­ mismo.

Y en ese papel de villano, una de sus crí­ticas más sonadas es la que hiciera del colombiano Gabriel Garcí­a Márquez (1927-2014), a quien si bien habí­a ponderado en la época de “Cien años de soledad”, después criticó por haber “dejado atrás la humildad y recorre los retorcidos caminos de la soberbia, de la autocomplacencia”.

El contraste de opiniones fue documentado por el propio Carballo, quien en el su libro “Protagonistas de la Literatura hispanoamericana” publica el texto en el que argumenta cómo después de “Cien años de soledad”, la producción del Nobel de Literatura 1982 sus obras ya no mostraron un escritor en ascenso, sino uno en zona de confort.

El crí­tico, decí­a Carballo, “tiene el compromiso de probar que sus juicios son correctos, que no habla de memoria sino que, por el contrario, sus ideas están respaldadas por la realidad estética de la obra que analiza. Por otra parte, tiene el derecho de decir lo que piensa tal como lo piensa, sin eufemismos, sin presiones, en voz alta y con toda la boca. Si yerra, que las letras mexicanas se lo reprochen; si acierta, que aplacen su sentencia de muerte y lo dejen vivir en paz sus contados dí­as”.

Y así­ lo hizo aunque se tratara de Garcí­a Márquez, el Padre del realismo mágico y uno de los iconos del “Boom” latinoamericano de escritores.

Carballo recuerda en ese texto que cuando Gabriel Garcí­a Márquez publicó “El coronel no tiene quien le escriba”, en 1963, él se propuso entrevistarlo y preguntarle sobre todo en torno al proceso creativo de sus obras; la entrevista no se dio en los términos que la habí­a pensado pero a cambio obtuvo un diálogo que le permitió perfilar una época del autor y la grandeza de “Cien años de soledad”.

Tras su primer encuentro, esa entrevista amplia en la que Gabo se muestra generoso con un entrevistador, que lo mismo le preguntó sobre la comparación que habí­an hecho otros crí­ticos de su obra con la de William Faulkner, que sobre la parquedad de lenguaje que observó en “El coronel no tiene quién le escriba”.

Carballo recuerda a un escritor auténtico, al que en adelante habí­a que mirar en dos niveles, el de antes y el de después de su obra cumbre.

En la primera parte del texto, Carballo escribe: “A diferencia de los novelistas de la generación precedente, Garcí­a Márquez sirve al lector en cada uno de sus libros un platillo extraño y exquisito…”.

Habla de diversos textos, califica con bases estilí­sticas y literarias textos como “La mala hora” y “La hojarasca”, pero a la que más espacio dedica es a “Cien años de soledad”, a la que habrí­a de considerar una novela perfecta, “hasta donde ese adjetivo puede usarse sin que suene falso…”.

Según Carballo, después de escribir esa novela, Garcí­a Márquez podí­a dormir tranquilo, aunque existí­a la posibilidad de que esa obra le quitara el sueño, como el insomnio que padeció Macondo por el resto de sus dí­as.

Sus impresiones cambiaron después de 1967, cuando escribió que el Garcí­a Márquez posterior a “Cien años de soledad” ya no era un descubridor de nuevos territorios para la literatura de nuestro tiempo, sino como “ un escritor dueño de un poderoso estilo (que en sus numerosos seguidores se convierte en parodia), de una habilidad estructural notable y de un vasto y suculento repertorio de recetas de cocina que permiten al lector inexperto confundir el hallazgo con la repetición.

Para el crí­tico literario, “sus tres tí­tulos más ambiciosos escritos después de ‘Cien años…’, ‘El otoño del Patriarca’, ‘Crónica de una muerte anunciada’ y ‘El amor en los tiempos del cólera’, son tres excelentes novelas, pero no tres novelas geniales”.

“Si en la biografí­a de otro narrador menos dotado estos libros serí­an garbanzos de a libra, en la de Garcí­a Márquez son obras que se leen con cuidadoso deleite, pero no con el provecho y asombro que deparan las obras maestras”, aseguraba Carballo.

“El Garcí­a Márquez de hoy escribe frente al espejo, da la impresión de que se detiene a mirarse y felicitarse cada que escribe una frase redonda, una metáfora afortunada, un párrafo irreprochable: ha dejado atrás la humildad y recorre los retorcidos caminos de la soberbia, de la autocomplacencia”, remataba el texto, ahora fechado en 1983.

No era un enfrentamiento verbal personal, Carballo hací­a lo mejor que sabí­a hacer, frente a lo que Garcí­a Márquez también consideraba lo mejor de su obra.

Hoy sus nombres ocupan los principales espacios noticiosos, el mexicano está siendo velado en el Panteón Francés, mientras que las cenizas del colombiano llegan al Palacio de Bellas Artes, donde recibirán un homenaje, a cinco dí­as de su deceso en esta ciudad, que hizo suya desde hace más de 50 años.

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